La paradoja de Jesús: ¿fueron los dioses de la mitología seres reales de carne y hueso?
Contrariamente a la creencia popular, el Jesús del Nuevo Testamento es una figura mítica, no histórica. En ninguna parte fuera de las escrituras consta su existencia, y esto está probado en su vida como alegoría astrológica del sol celestial, razón por la cual se le considera Hijo de Dios.
Salvar al mundo de la oscuridad
Como el sol celestial, Jesús se eleva (“nace”) cada día, salvando al mundo de la oscuridad de la noche; con sus rayos, el sol da vida a la tierra, permitiendo que la flora, y en consecuencia también la fauna, se desarrollen. Así, leemos en el Evangelio de Juan:
“Jesús les habló otra vez diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.»” (Juan 8,12, Nuevo Testamento; cf. 1,5 y 9,5)
Como el sol celestial, Jesús se eleva (“nace”) cada día. (Dominio público)
Numerosos salvadores
Jesús es un salvador de la humanidad, aunque figuraría al final de una larga lista por detrás de sus antecesores, entre los que se encontrarían Krishna de la India, Mithra de Persia, Iao de Nepal, Hesus de los celtas, Tamuz de Babilonia y Dumuzi de Sumeria, por nombrar sólo unos pocos. Horus de Egipto sería el precursor directo de Jesús, ya que Horus en griego es Iesus, es decir, Jesús.
Horus el Niño (CC BY-SA 3.0)
La estrella de Oriente
Se dice que tres “magos” habrían seguido a una “estrella de Oriente” que los condujo hasta Jesús tras su nacimiento. (Mateo 2,1-2, NT). Esta “estrella de Oriente” o “estrella de Belén” es Sirio, la estrella más brillante del cielo nocturno. El 24 de diciembre, la estrella Sirio se alinea con las tres estrellas del Cinturón de Orión: Alnitak, Alnilam y Mintaka; estas tres estrellas eran conocidas por las gentes de la antigüedad como los Tres Reyes, que son sabios o “magos,” también conocidos como los tres Magos por los persas y los brahmanes: Melchor, Gaspar (o Caspar) y Balshazzar (o Baltasar).
Astrofotografía del Cinturón de Orión. (Dominio público)
Adoración de los Reyes Magos, mosaico bizantino del 526 d. C., Basílica de Sant'Apollinare Nuovo, Rávena, Italia (restaurado en el siglo XVIII). En el arte bizantino generalmente se representa a los Reyes Magos con ropas persas, lo que incluye pantalones, capas y gorros frigios. (CC BY-SA 2.5)
El simbolismo del número 3: nacimiento y muerte del sol
El número tres es importante porque simboliza la unificación de la dualidad, algo que podemos observar claramente en la Trinidad.
Representación de la Santísima Trinidad cristiana. Las tres personas de la Trinidad se identifican por los símbolos presentes en su pecho: el Hijo tiene un cordero, el Padre, un Ojo de la Providencia, y el Espíritu Santo, una paloma. (Dominio público)
La alineación de Sirio con Alnitak, Alnilam y Mintaka apunta hacia el nacimiento del sol en el amanecer del 25 de diciembre. Sirio es visible entre los Tres Reyes y el sol, razón por la cual se cree que los tres “Reyes Magos” siguieron a esta estrella en el firmamento nocturno hasta llegar al lugar en el que nació Jesús, ya que el amanecer comienza en la medianoche.
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En el solsticio del invierno, el sol está en su nadir y se mantiene estático durante tres días. Con la disminución de la duración del día entre agosto y septiembre debido al desplazamiento del sol hacia el sur y la llegada del frío, junto con el agotamiento de los cultivos, las gentes de la antigüedad asociaban de forma natural la muerte con esta época del año, simbolizándola de este modo―como un claro reflejo del ciclo de la agricultura.
Durante tres días (22, 23 y 24 de diciembre), el sol se puede ver en las cercanías de la constelación Crux (la palabra latina para “cruz”, la Cruz del Sur, y parece estar “colgando”). Después de tres días, el 25 de diciembre, el sol comienza su ascensión en el cielo una vez más, elevándose 1° por el norte, y continúa su camino hasta el solsticio de verano, cuando alcanza su cénit en el firmamento terrestre. Tres días antes del equinoccio de primavera, el sol está en su nadir en el cielo terrestre, en un punto en el que parecía “muerto” a las gentes de la antigüedad, es decir, estático. El 25 de marzo, el sol comienza su ascenso. Así, leemos en los Evangelios que Jesús murió en la Cruz y resucitó de la tumba en la que estaba enterrado después de tres días.
Catedral del Pilar Viviente de Georgia: fresco del siglo XVII en el que Jesús aparece representado dentro del Zodiaco. Monasterio Vetitskhoveli, Mtskheta, Georgia. (CC BY-SA 4.0)
La paradoja de Jesucristo
Jesús es el último salvador agrícola simbolizado por el sol. Pero su mito presenta una paradoja.
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Según la teoría comúnmente aceptada, la mitología deriva de la astroteología, la “adoración de las estrellas”. Consiguientemente, la mayoría de los investigadores creen que los mitos pueden explicarse mediante observaciones celestes —como vemos en el caso de Jesucristo. Pero no todos los mitos pueden explicarse de esta manera. La paradoja es que, si la astroteología está en lo cierto, entonces Jesús es una mera alegoría, al igual que otras muchas figuras de salvadores celestiales. Sin embargo, si Jesús existió, como creen y afirman millones de personas, entonces la mitología debe tratarse en un contexto histórico. Esta perspectiva es conocida como Evemerismo, de Evémero, filósofo y mitógrafo en la corte de Casandro, rey de Macedonia en el siglo IV a. C.
Relieve votivo dedicado a Mitra por Evémero. (Codrin.B/CC BY-SA 3.0)
Evémero creía que los dioses fueron seres reales de carne y hueso que existieron en el pasado sobre la tierra, en una época que se ha perdido para la historia. Ya va siendo hora de que nos tomemos en serio su perspectiva sobre los mitos. La astroteología continúa siendo una teoría, no una prueba. Nuestros ancestros más antiguos, de hecho, podrían haber superpuesto las hazañas de los dioses sobre los ciclos celestes para que sirvieran como memoria viva de un tiempo muy anterior al conocimiento de la escritura.
Imagen de portada: Contemplando a los dioses entre las estrellas. Retrato de Jesucristo y cielo estrellado. (Dominio público)
Autor: Priscilla Vogelbacher
Este artículo fue publicado originalmente en www.ancient-origins.net y ha sido traducido con permiso.
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