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Portada - Colosal estatua de Akenatón en el templo a Atón de Karnak (Dominio público)

Akenatón: un faraón revolucionario e iconoclasta

El mundo occidental siempre ha sentido una fascinación inherente por la civilización egipcia, situación marcada por su cosmovisión particular y por su iconografía adyacente. Heródoto ya nos mostró en el segundo libro de su Historia una atracción por el Antiguo Egipto, fenómeno que se ha prolongado hasta nuestros días. La visión del mundo occidental en relación a Egipto se basó en lo que explicó el autor en el siglo V a.C., cuando describía a una sociedad avanzada a su tiempo pero con ciertas incoherencias. Éstas van en la línea del etnocentrismo imperante de los griegos clásicos en relación a todo aquello que se alejaba de su estilo de vida, configurándolo como bárbaro. El período más analizado y conocido en cuanto al gran público es el que va desde finales del IV milenio a.C. hasta mediados del siglo IV a. C. La época posterior es conocida historiográficamente con el nombre de Ptolemaica, y guarda relación con la conquista de Alejandría por parte de Alejandro Magno.

Busto de Heródoto. Museo de Arte Metropolitano de Nueva York. (Dominio público)

 

 

Busto de Heródoto. Museo de Arte Metropolitano de Nueva York. (Dominio público)

El contacto Mediterráneo con Egipto se remonta muchos siglos atrás, llegó incluso a ser provincia romana durante más de cuatro siglos. Esta situación se produjo después de que el futuro primer emperador de Roma entrase con sus tropas en Alejandría. Octavio Augusto fue un personaje poliédrico donde los haya e impulsor de actividades sociales altamente curiosas, como la organización de sorteos en sus banquetes.

La egiptología también ha sido relacionada con el Renacimiento italiano y con la Francia Ilustrada, donde encontramos a Jean-François Champollion, personaje que consiguió descifrar los jeroglíficos gracias a la Piedra Rosetta que hoy se expone en el Museo Británico de Londres.

Piedra Rosetta. Museo Británico (Cristian Bortes / CC BY 2.0)

Piedra Rosetta. Museo Británico (Cristian Bortes / CC BY 2.0)

Entre todas las dinastías que configuran la civilización egipcia encontramos un nombre que marca un antes y un después en su cultura. Hablamos de Amenofis IV, conocido también con el nombre de Akenatón. Para ubicarlo temporalmente hemos de remontarnos hasta el 1352 a.C. y el 1338 a. C., una etapa que se engloba en la XVIII dinastía. Los años en los que Akenatón ostentó el poder supusieron todo un descalabro con relación al sistema establecido; desde el funcionamiento de la Administración y los órganos políticos, hasta la religión y sus espacios. El dirigente egipcio decidió eliminar el culto a Amón -divinidad suprema y todopoderosa- en favor de Atón – representado como el disco solar-, iniciando también un proyecto de persecución hacia cualquier elemento o movimiento que pudiera existir en sus dominios que no guardase relación con su nueva cosmovisión.

El faraón Akenatón (en el centro) y su familia adorando a Atón, con los característicos rayos emanando del disco solar. (Dominio público)

El faraón Akenatón (en el centro) y su familia adorando a Atón, con los característicos rayos emanando del disco solar. (Dominio público)

La transformación religiosa se materializó incluso en su nombre, pasando de Amenhotep -concepto que guarda relación con Amón- a Neferjeperura Ajenatón. Se trata del primer reformador religioso del que se tiene constancia en registros históricos, situación que lo configura como un personaje altamente poliédrico e interesante para la arqueología y la historiografía. Con este giro de guion se limitó enormemente el poder de la casta sacerdotal, estableciendo al faraón como único intérprete y representante de la divinidad. Se eliminaron las plasmaciones antropomorfas en las esculturas y se optó por la abstracción, colocando en el punto vertebrador la familia del dirigente. Esta situación provocaba una ruptura con todo lo que había supuesto la principal fuente iconográfica de Egipto. La población materializaba la divinidad con figuras antropomorfas o zoomorfas y este giro de timón hacia la abstracción no fue interpretado socialmente como algo evolutivo. El culto también dio paso a ceremonias abiertas y públicas, situación que chocaba frontalmente con el hermetismo establecido.

Reconstrucción informática tridimensional de la antigua ciudad de Amarna. (Paul Docherty Amarna3d.com)

Reconstrucción informática tridimensional de la antigua ciudad de Amarna. (Paul Docherty Amarna3d.com)

Su aparición provoca que en la historia del Antiguo Egipto su reinado sea conocido como período de Amarna. Este concepto guarda referencia con el que decidió trasladar el epicentro religioso que estaba establecido en la ciudad de Tebas hasta Amarna. Aquí se construyó de la nada un espacio conocido con el nombre de Ajetatón -Horizonte de Atón- otorgándole la capitalidad y una importancia administrativa. Akenatón reino un total de 17 años, y en el segundo año de su gobierno se casó con Nefertiti, personaje histórico muy presente en la cultura popular a causa de su belleza mítica.

Busto de Nefertiti, Museo Egipcio de Berlín. (CC BY 2.0)

Busto de Nefertiti, Museo Egipcio de Berlín. (CC BY 2.0)

Cuando Akenatón murió, su culto se fue diluyendo progresivamente, todo ello en un contexto de inestabilidad política y de desconocimiento en relación con el porvenir. La nueva capital, Akejatón, fue perdiendo importancia estratégica y fue abandonada, convirtiéndose en una cantera para la ciudad vecina de Hermópolis. Su revolución amarniana cayó en el olvido, y los faraones que le sucedieron intentaron eliminar cualquier reducto que la evocara, poniendo punto final a una transformación cultural que marcó un antes y un después en la historia del Antiguo Egipto.

Imagen de portada: Colosal estatua de Akenatón en el templo a Atón de Karnak (Dominio público)

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