Categorías  
Momia-Shinnyokai-Shonin-Automomificado-Oaminaka-Japon.jpg

Morir para vivir para siempre: las razones ocultas tras la auto-momificación

Sunada Tetsu (1768-1829) fue sin lugar a dudas el hombre más famoso que jamás se haya automomificado con éxito. En sus primeros años de vida, sin embargo, no se sentía muy atraído por la vida religiosa. Amó a una prostituta en Akagawa, el distrito del placer de la ciudad de Tsuruoka, y aunque los detalles del incidente no están claros, un día luchó con dos samurais por la muchacha. Ellos desenvainaron sus espadas y él los mató. Para escapar a un posible castigo, que hubiera sido la muerte, huyó al Templo de Churen en Oaminaka. Allí abrazó la fe Shugendo y se convirtió en un asceta. Su severo entrenamiento sirvió de inspiración a otras gentes con ideas afines, que le siguieron. Recorrían Japón, reparando templos y construyendo puentes, y ayudaban en todo lo que podían. Una enfermedad ocular estaba provocando la ceguera a la gente de Edo (la moderna Tokyo), y Tetsu carecía de los medios materiales para ayudarles. Orando por una cura, se arrancó su propio ojo y lo arrojó al río Sumida. Tras años de continuo ascetismo, se enterró vivo. Afirmó que, “Mientras disponga de un cuerpo, incluso si ayuno hasta quedarme en los huesos, aún podré traer la salvación a la humanidad. Sin embargo, si muero, no podré. Para seguir trayendo la salvación a la humanidad debo abandonar mi cuerpo en este mundo y convertirme en un sokushinbutsu (alguien que ha alcanzado la perfección de Buda en su carne).”

Pergamino de Tetsumonkai con la huella de sus manos impresa. Fotografía: Ken Jeremiah

 

 

Pergamino de Tetsumonkai con la huella de sus manos impresa. Fotografía: Ken Jeremiah

Tetsumonkai, como otros le llamaban, inició una extraña dieta llamada mokujikigyo (“comer de los árboles”), que implicaba la eliminación de los granos y cereales de su alimentación. Durante 3.000 días, redujo sus raciones hasta, finalmente, dejarse morir de hambre. Suplementaba su escasa ingesta con extrañas sustancias como resina, agujas de pino, tusílago y cortezas de árbol, con la idea de que esta alimentación ayudaría a su cuerpo a conservarse tras su muerte. En 1829, cuando tenía 62 años, celebró un banquete, en el que se reunieron todos sus amigos y discípulos. Les comentó que era fantástico morir rodeado de gente tan notable. Al día siguiente, se metió con una pequeña campana en un ataúd dispuesto para ello en el salón principal del templo de Churen. El ataúd se selló y a continuación fue introducido en un agujero excavado en la tierra. Un pequeño tubo de bambú le proveía de oxígeno, y estuvo recitando cánticos y haciendo sonar la pequeña campana hasta su muerte. Cuando sus seguidores advirtieron el silencio procedente del ataúd, hicieron algo inusual; extrajeron de allí su cadáver y procedieron a secarlo utilizando velas encendidas e incienso. (Normalmente no se sometía a ningún tratamiento al cadáver en este punto del proceso.) Seguidamente volvieron a enterrarle. Permaneció enterrado tres años más después de los cuales se le desenterró y vistió de nuevo antes de colocarlo como reliquia en el salón principal del Templo de Churen. Al estar momificado, se le llamó sokushinbutsu: Buda Viviente. Se pensaba que había alcanzado un estado llamado nyujo, que era similar a una animación suspendida: ni vivo ni muerto. Muchos han intentado alcanzar este estado del ser desde entonces, pero se considera que menos de 20 en Japón lo han logrado con éxito. Las razones que puedan justificar tal deseo son complejas, y están conectadas con la búsqueda de la inmortalidad en el Taoísmo chino, que influyó en el Budismo Ch’an (Zen) y otras creencias.

Visitantes sentados frente a Tetsumonkai en el templo de Churen, Japón. Fotografía: Ken Jeremiah

Visitantes sentados frente a Tetsumonkai en el templo de Churen, Japón. Fotografía: Ken Jeremiah

Los antiguos chinos creían que el alma estaba compuesta de múltiples partes (llamadas hun y po), y que tras la muerte, estas partes se disipaban, de tal modo que jamás podía perpetuarse la existencia del difunto. La única forma de mantenerlas unidas era por tanto continuar (viviendo) en una forma espiritual que abandonara el cuerpo al igual que una cigarra abandona su vieja piel, y salir intencionadamente del cuerpo requería un alto grado de consciencia en el momento de la muerte. Algunos monjes Ch’an morían y a continuación sus cuerpos se momificaban de manera natural en postura de meditación, y se creía de ellos que habían alcanzado este logro. Muchas creencias chinas entraron en Japón y fueron absorbidas por la tradición Shugendo (que a su vez fue asimilada por el Budismo Shingon). Los monjes que decidían auto-momificarse creían igualmente que debían mantenerse conscientes cuando comenzaba la transición de la vida a la muerte. Lo consideraban como un sueño. Si no sabes que estás soñando, eres arrastrado por los acontecimientos que te rodean, pero si reconoces que estás en un sueño, puedes controlar conscientemente tus actos, e incluso influir en la propia naturaleza y esencia del sueño. Esto es lo que se llama un sueño lúcido. Los sokushinbutsu (monjes auto-momificados) veían la muerte como algo similar. Manteniéndose despiertos y conscientes y preservando intacta su esencia espiritual, provocaban su propia muerte. Esto explica uno de sus actos (la muerte consciente). Una idea diferente era la que justificaba la conservación del cadáver.

Cuando alguien abrazaba la fe Shugendo, se convertía en un issei gyonin, expresión que significa “que es asceta durante toda su vida.” Los adeptos se entrenaban en un lugar especial cercano al monte Yudono que se llamaba Senninzawa (literalmente, el arroyo de la montaña del ermita). Sus hitos están registrados en postes de piedra. Se menciona a aquellos que se recluían en las montañas durante mil días, y a otros que ayunaban (sin comer cereales) durante tres mil. Tales individuos realizaban en ocasiones austeridades aún más increíbles, como prender fuego a sus dedos, amputarse alguna parte de su cuerpo o torturarse de otras diversas maneras. Se creía que estas prácticas, justificadas por una interpretación de ciertos pasajes del Lotus Sutra, creaban mérito: una fuente de energía capaz de impregnar el cuerpo físico.

El monje auto-momificado Enmyokai (murió en 1822). Fotografía: Ken Jeremiah

El monje auto-momificado Enmyokai (murió en 1822). Fotografía: Ken Jeremiah

Existe una idea similar en el Cristianismo Católico. Su clero conserva los cadáveres de algunos santos y venerables, creyéndoles depositarios del poder divino. En el cristianismo primitivo, los creyentes dormían junto a los que consideraban cadáveres santos ya que pensaban que tal proximidad les facilitaría su entrada en el Reino de los Cielos. También creían que podían ocurrir milagros si se oraba junto a estos cadáveres sagrados. Según las creencias de los monjes auto-momificados, el mérito es la energía interior del cuerpo que hace posible dichos milagros. También creían que existe una correlación entre cuerpo y espíritu. Si el cuerpo se mortifica, el espíritu se fortalece. Ya que esta energía es susceptible de beneficiar a la humanidad, abrazaban el ascetismo para así incrementar su fuerza espiritual. Sin embargo, se enfrentaban a una paradoja. Si no abandonaban sus cuerpos no podrían servir a Maitreya, el futuro Buda, en el cielo de Tusita. Pero si sus cuerpos eran destruídos, el mérito contenido en ellos no podría beneficiar al resto de la humanidad. Por esta razón, adoptaban una dieta que favorecía la conservación del cuerpo, para después enterrarse en vida.

La auto-momificación era un proceso complicado, y pocos de entre los que lo intentaban lo conseguían. Muchos perecieron antes de ser enterrados. Ishinkai (muerto en 1831) murió antes de completar un ayuno de cereales de 2.000 días y Zenkai (muerto en 1856) no consiguió pasar de los 1.000 días. Además de aquellos que morían, otros cambiaban de idea durante el largo proceso de auto-momificación. Es difícil planificar la propia muerte a lo largo de años de tortura autoimpuesta. Solo aquellos individuos verdaderamente excepcionales podían tener la dedicación y concentración necesarias para alcanzar esta increíble meta. De los muchos que intentaron el proceso, unos 30 lo finalizaron con éxito. De estos aún se conservan diecisiete cuerpos, diez de ellos venerados como reliquias en templos del norte de Japón. Entre ellos se encuentra Togashi Kichihyoei (1623-1681), un leal siriviente samurai que se convirtió en monje y adoptó el nombre religioso de Honmyokai, y el campesino Shindo Nizaemon (1688-1783), que pasó a llamarse Shinnyokai.

Pergamino con las manos de un monje llamado Tetsusenkai impresas, que conmemora un ayuno de 2.000 días. Fotografía: Ken Jeremiah

Pergamino con las manos de un monje llamado Tetsusenkai impresas, que conmemora un ayuno de 2.000 días. Fotografía: Ken Jeremiah

Sus cuerpos, junto con los de algunos otros monjes, aún se conservan. A algunos aún les queda carne en la cara, torso o manos, mientras que otros se han convertido prácticamente en esqueletos. Aun habiendo conseguido momificarse con éxito, el paso del tiempo acaba por destruir los cadáveres. La corrupción natural les sigue afectando, y como todo el mundo, volverán al polvo algún día. No obstante, estos monjes aún aparecen sentados en postura de meditación, ataviados con vestiduras religiosas. Están considerados Budas vivientes, el equivalente de Santos, Bodhisattavas o Arhats, y de acuerdo con las gentes del lugar, sus espíritus aún están presentes, asistiendo a la humanidad.

Imagen de portada: El cuerpo de Shinnyokai Shonin, hallado en Oaminaka, Japón. Había practicado la auto-momificación.

Autor: Ken Jeremiah

Este artículo fue publicado originalmente en www.ancient-origins.net y ha sido traducido con permiso

 

Fuentes:

Hijikata, M. (1996). Nihon no Miira Butsu wo Tazunete. [Visiting Japanese Buddhist Mummies]. Tokyo: Shinbunsha.

Jeremiah, K. (2010). Living Buddhas: The Self-Mummified Monks of Yamagata, Japan. North Carolina: McFarland & Co., Inc.

Matsumoto, A. (2002). Nihon no Miira Butsu. [Japanese Buddhist Mummies]. Tokyo: Rokkō Shuppan.

Imagen de Ken Jeremiah

Ken Jeremiah

Siguiente Artículo