Grasa de Cisne, Estiércol de Cocodrilo y Cenizas de Caracoles: Intentando Ser Bellas en la Antigua Roma
Ahora aprendan, queridas mías, el arte de embellecer sus rostros; aprenda por usted misma, a conservar sus encantos.
Con estas frases, extraídas del Medicamina Faciei Femineae o El Arte de la Belleza, de Ovidius Naso Publius, (Ovidio), comienza una de las mejores descripciones de la belleza femenina que conservamos de la antigua Roma. Así vemos cómo explica que toda mujer que se jacte de ser romana debería disfrutar de un rostro pálido, sonrosadas mejillas y ojos negros, además de no usar perfumes poco naturales. Aunque el suyo no sea el único texto existente en el que se traten los modelos y normas romanos de belleza, sí que es el texto que los relata de forma más detallada y sucinta.
El concepto de belleza no es originario de los romanos. En realidad, fueron los romanos conquistadores de Grecia y Egipto los que importaron la idea trayendo, desde las provincias exteriores, diferentes usos y costumbres con los que crearon sus propias armas de belleza. El Arte de la Belleza expone, brevemente, el proceso sufrido por la belleza desde la fundación de Roma hasta el tiempo presente de Ovidio, a saber el Imperio romano, donde pinta un cuadro mucho más natural. Ovidio escribe cómo las mujeres de Roma pasaron "de vestir los ropajes de sus antepasados" "a vestirse para ellas mismas" porque las hijas del estado son "más delicadas y refinadas" que los ciudadanos de antes. Un dato interesante es que las romanas realmente trataron de atenerse a este ideal, es decir, a diferencia de griegas y egipcias, las romanas usaban maquillaje para conservar, solamente, la belleza natural de la mujer y no adornar el rostro con una cacofonía de colores. Además, Ovidio destaca que por encima del cuidado de la belleza física, en toda mujer deben imperar sus perfectos modales: la perfección en los modales y su personalidad atraerán a los hombres y los mantendrán junto a ellas incluso después de que la belleza haya disminuido.
Mujeres de la antigua Roma. Escena romántica procedente de un mosaico de Villa Centocelle, Roma, 20 a. C. – 20 d. C. (Wikimedia Commons)
Así pues, la mujer romana ideal era una mujer de piel extraordinariamente blanca. Prueba de esto es que la mujer que podía permitírselo disponía de criados y esclavos para, de este modo, pasar la mayor parte de su tiempo dentro de casa, de muros para dentro. Sin embargo, ya que el tono natural de piel de la mujer romana estaba más cercano al aceitunado que al marfil, hacían uso de un necesario y poco natural proceso de empolvar sus caras. Esto implicaba el uso de polvo de tiza, estiércol de cocodrilo y plomo blanco para blanquear sus rostros por entero. Ovidio describe, incluso, una mezcla para ablandar la coloración, narrando lo siguiente:
...dos libras de cebada pelada y una cantidad igual de algarrobas humedecidas con diez huevos. Seque la mezcla al aire, y colóquelo todo bajo la piedra de molino trabajada por el paciente asno. Muela las primeras astas que se caigan de la cabeza de un venado sano. Tome un sexto de libra de ellas. Machaque y desmenuce todo hasta lograr un polvo fino y páselo por un profundo tamiz. Añada doce bulbos de narciso previamente pelados y vuelva a machacarlo todo junto y enérgicamente en un mortero de mármol. Aquí vaya añadiendo dos onzas de resina y de espelta toscana y nueve medidas de miel. Cualquier mujer que unte su rostro con este cosmético hará que reluzca más brillante que su espejo.
En la antigua Roma, la piel pálida estaba considerada como la más hermosa. Fresco procedente de Villa San Marco, Stabiae (Wikimedia Commons)
Algunos fascinantes tratamientos de belleza incluían tomar baños de leche de burra para la piel, tratamiento usado, por ejemplo, por la famosa Faraona egipcia Cleopatra, amante de Marco Antonio. La grasa de cisne y las legumbres se empleaban para tratar las arrugas y las cenizas de caracoles supuestamente podrían curar las pecas: consecuencia negativa de que la mujer pasara, demasiado a menudo, tiempo al sol. También se utilizaban, con frecuencia, trucos y recursos falsos para cubir llagas o espinillas y las mejillas sonrosadas las conseguían mediante el empleo de colores a base de rosa, tiza, pétalos de amapola e, incluso, estiércol de cocodrilo. No resultaba extraño para el marido besar a su esposa y que los labios se le quedaran pegados al rostro por culpa de dichos tratamientos.
Los ojos se acentuaban con el uso del kohl, una sustancia para ennegrecer hecha a base de cenizas u hollín importada por los romanos desde Egipto y que actualmente todavía es utilizada en Turquía. Era aplicado como el moderno lápiz de ojos, tanto en la parte inferior del ojo como en la superior, sólo para remarcar su color natural, según Ovidio. Este mismo artículo era empleado también para oscurecer pestañas y cejas, permitiéndoles destacar, aún más, la palidez del rostro. Además, las mujeres añadían color a sus párpados de vez en cuando, extrayendo las distintas tonalidades de diversos tipos de tierra y de minerales como la malaquita (verde) o la azurita (azul). Tanto las pestañas como las cejas se preferían largas. Hasta el siglo I d. C. se prefería que las pestañas y cejas fueran lo más largas posible. En las cejas tanto como para llegar a tocarse.
Retrato de Safo procedente de Pompeya, c. 50 d. C., una famosa poetisa de la antigua Roma autora de poemas acerca de la belleza. (Wikimedia Commons).
Los cosméticos fueron utilizados por todo tipo de mujeres, ricas y pobres, sin embargo, cuanto mayor poder adquisitivo, mejores y más caros eran los productos que podían permitirse. Dichos productos, los caros, no despedían aroma alguno, convirtiendo en algo obsoleto la necesidad de perfume. Sin embargo, las prostitutas, como tendían a utilizar productos mucho más baratos, que desprendían olores nauseabundos, utilizaban gran cantidad de perfume para cubrirlos (además de solapar el olor genital que desprendían a todas horas). Por ello y para evitar el terrible hedor, en los burdeles usaban cantidades ingentes de aromas artificiales, de ahí que se crease el estigma acerca del poco casto uso del perfume. En realidad, uno de los motivos de que las rectas mujeres romanas prefirieran un maquillaje ligero y natural era, precisamente, el hecho de que las prostitutas solían llevar excesivo maquillaje, abusando de los productos faciales para disimular su propio envejecimiento.
Irónicamente, a pesar de tantos recursos empleados para dotar de belleza a las miradas de los antiguos observadores romanos, toda la literatura conocida que nos ha llegado de ese período histórico está, íntegramente, escrita por hombres. Es importante destacar que sólo Ovidio valoró el uso del maquillaje: la mayor parte del resto de autores romanos prefería poco o ningún cosmético debido a su relación con el adulterio y la prostitución. Existen pocas evidencias de que las mujeres pensasen en sus trucos de belleza; sin embargo su empleo continuado ha implicado que disfrutaban de sus ventajas a pesar de los inconvenientes que conllevasen. Lo que está muy claro es que la belleza fue un tema tan importante en la antigua Roma como lo es hoy. Lo único diferente eran las normas, modas y usos.
Imagen de Portada: Termas romanas femeninas“El Frigidarium”, de Lawrence Alma-Tadema (Wikimedia Commons)
Autor: Ryan Stone
Traducción: Mariló T. A.
Este artículo fue publicado originalmente en www.ancient-origins.net y ha sido traducido con permiso.
Fuentes
D'Ambrosio, Antonio. Women and Beauty in Pompeii (Pompeii- Thematic Guides) (L'Erma di Bretschneider: Italy, 2001.)
Miles, Margaret R. Plotinus on Body and Beauty: Society, Philosophy, and Religion in Third-Century Rome (Wiley-Blackwell: New Jersey, 1999.)
Naso, Publius Ovidius. "The Art of Beauty," Sacred Texts, https://www.sacred-texts.com/cla/ovid/lboo/lboo62.htm
Olson, Kelly. "Cosmetics in Roman Antiquity: Substance, Remedy, Poison:" The Classical World: 102.3: 291-310. Spring 2009. https://0-www.jstor.org.read.cnu.edu/stable/40599851.
Stewart, Susan. Cosmetics & Perfumes in the Roman World (Tempus: United Kingdom, 2007.)
Walton, F. T. "My Lady's Toilet:" Greece & Rome: 15.44: 68-73. May 1946. https://0-www.jstor.org.read.cnu.edu/stable/641994
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