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Dios Padre (representado por un anciano patriarca de barba y cabellos blancos) pintado por Cima da Conegliano en torno al 1515. (Dominio público)

Argumentos para la (muy probable) existencia de Dios

La cuestión de si existe un dios sigue candente en pleno siglo XXI. Según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew, el porcentaje de estadounidenses sin filiación religiosa alcanzó el 23% en el año 2014. De entre ellos, el 33% dijo no creer en Dios, un 11% más que en el 2007, hace tan solo diez años.

Esta tendencia se está dando, irónicamente, a pesar de que, como argumentaré a continuación, la probabilidad de existencia de un dios sobrenatural ha aumentado. En mi libro del año 2015 “¿Dios? Muy probablemente: cinco formas racionales de pensar acerca de la existencia de un dios,” me basaba en la física, la filosofía de la conciencia humana, la biología evolutiva, las matemáticas, la historia de la religión y la teología para explorar si existe un dios así. Debo decir que en un principio recibí formación como economista, aunque llevo un tiempo trabajando también en la intersección de la economía, el medio ambiente y la teología desde los años 90.

 

 

Las leyes matemáticas

En 1960, el físico de Princeton – y posteriormente ganador del premio Nobel – Eugene Wigner planteaba una cuestión fundamental: ¿Por qué la naturaleza siempre – hasta donde sabemos – obedece las leyes matemáticas?

Los expertos Philip Davis y Reuben Hersh argumentaron que las matemáticas existen independientemente de la realidad física. La labor de los matemáticos sería pues descubrir las realidades de este mundo separado de leyes y conceptos matemáticos. Los físicos harían entonces uso de las matemáticas según las leyes de la predicción y confirmarían sus teorías mediante la observación basada en el método científico.

Pero las matemáticas modernas por lo general se formulan antes de que se realice observación natural alguna, y muchas leyes matemáticas de nuestros días no tienen análogo conocido en el mundo físico.

Monumento a Einstein, Academia Nacional de Ciencias, Washington, D.C. Wally Gobetz, CC BY-ND.

Monumento a Einstein, Academia Nacional de Ciencias, Washington, D.C. Wally Gobetz, CC BY-ND.

La teoría general de la relatividad que enunció Einstein en el año 1915, por ejemplo, estaba basada en teorías matemáticas desarrolladas 50 años antes por el gran matemático alemán Bernhard Riemann y que no tenían ninguna aplicación práctica en el momento de su creación intelectual.

En algunos casos, el físico descubre también la fórmula matemática. Isaac Newton está considerado uno de los más grandes matemáticos (además de físico) del siglo XVII. Otros físicos también buscaron las fórmulas matemáticas que pudieran predecir los movimientos del Sistema Solar. Newton las encontró en la ley matemática de la Gravedad, basada en parte en su descubrimiento del cálculo.

En su época, sin embargo, muchos en un principio se resistieron a creer en las conclusiones de Newton, ya que parecían ser algo “oculto”. ¿Cómo podían dos objetos distantes del Sistema Solar ser atraídos el uno por el otro, actuando según una precisa ley matemática? De hecho, Newton llevó a cabo arduos esfuerzos a lo largo de su vida por encontrar una explicación natural a este hecho, aunque al final no pudo decir más que se trataba de la “voluntad de Dios”.

Pese a muchos otros grandes avances de la física moderna, poco ha cambiado a este respecto. Como escribía Wigner, “la inmensa utilidad de las matemáticas en las ciencias naturales es algo fronterizo con lo misterioso, y no existe explicación racional para ello.”

En otras palabras, como argumento en mi libro, los fundamentos matemáticos del universo inteligible justifican la existencia de algún tipo de dios.

Matemáticas y mundos paralelos

En el año 2004, el gran físico británico Roger Penrose presentó una visión del universo compuesta por tres mundos que existirían independientemente – las matemáticas, el mundo material y la conciencia humana. Como reconoció el propio Penrose, sería un auténtico rompecabezas descubrir cómo cada uno de ellos interactúa con los otros dos fuera del alcance de cualquier modelo convencional, científico o racional.

¿Cómo pueden por ejemplo los átomos y moléculas del mundo físico crear algo que existe en un mundo separado sin existencia física, es decir, la conciencia humana?

Este hecho constituye un misterio que está más allá de la ciencia.

Busto de Platón (Elizabethe - CC BY-NC-ND)

Busto de Platón (ElizabetheCC BY-NC-ND)

Y este misterio es el mismo que ya se presentaba en la visión del mundo del filósofo griego Platón, quien creía que las ideas abstractas (y por encima de todas las matemáticas) existían en primer lugar fuera de toda realidad física. El mundo material que experimentamos como parte de nuestra existencia humana sería entonces un reflejo imperfecto de estas ideas formales preexistentes. Como experto en la filosofía de la antigua Grecia, Ian Mueller escribe en Mathematics and The Divine (“Las matemáticas y lo divino,”) que el reino de tales ideas sería también el de Dios.

De hecho, en el año 2014, el físico Max Tegmark, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, argumenta en su obra “Nuestro universo matemático” que las matemáticas son el mundo fundamental que dirige el universo. Como yo diría, las matemáticas actúan de la misma forma que lo haría un dios.

El misterio de la conciencia humana

Las obras de la conciencia humana son igualmente milagrosas. Como las leyes de las matemáticas, la conciencia no está físicamente presente en el mundo; las imágenes y pensamientos de nuestra conciencia no tienen dimensiones mensurables.

Aun así, nuestros etéreos pensamientos guían los actos de nuestros cuerpos físicos de manera sin duda misteriosa. Este hecho no resulta más explicable científicamente que la misteriosa capacidad de las abstractas construcciones matemáticas para determinar el funcionamiento de un mundo físico separado.

Hasta hace poco, la científicamente insondable naturaleza de la conciencia humana ha inhibido a los expertos a la hora de realizar un estudio académico sobre el tema. Desde los años 70, sin embargo, la conciencia humana se ha convertido en un importante objeto de investigación entre los filósofos.

Reconociendo que no podría reconciliar su propio materialismo científico con la existencia del mundo no físico de la conciencia humana, un importante ateo, Daniel Dennett, decidió en el año 1991 dar un paso radical y negar incluso la existencia de la propia conciencia.

Juzgando esto como completamente inverosímil, como la mayoría de la gente, otro importante filósofo, Thomas Nagel, escribía en el 2012 que, dado el carácter científicamente inexplicable (“irresoluble”) de la conciencia humana, “debemos dejar atrás el materialismo [científico]” como base exclusiva para la comprensión del mundo de la existencia humana.

Como ateo, Nagel no ofrece las creencias religiosas como alternativa, pero me atrevo a argumentar que el carácter sobrenatural de las obras de la conciencia humana añade motivos al aumento de la probabilidad de la existencia de un dios sobrenatural.

La armonía entre Ciencia y Religión, fresco en el techo del Salón de Mármol del Monasterio de Seitenstetten (Baja Austria) pintado por Paul Troger en 1735. (CC BY-SA 4.0)

La armonía entre Ciencia y Religión, fresco en el techo del Salón de Mármol del Monasterio de Seitenstetten (Baja Austria) pintado por Paul Troger en 1735. (CC BY-SA 4.0)

Fe y evolución

La teoría de la evolución es objeto de polémica en la vida pública de los Estados Unidos. Según el Centro de Investigaciones Pew, el 98% de los científicos vinculados a la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia “cree que el ser humano evolucionó con el paso del tiempo”, mientras que solo una minoría del conjunto de los estadounidenses “aceptan plenamente la evolución a través de la selección natural.”

Como comento en mi libro, debo hacer hincapié en que no estoy poniendo en tela de juicio la realidad de la evolución biológica natural. Sin embargo, lo que me resulta interesante son los encendidos debates que se han producido entre biólogos evolutivos profesionales. Ciertos avances en la teoría de la evolución han desafiado los puntos de vista darwinistas tradicionales – y también los posteriores neodarwinistas – centrados en las mutaciones genéticas aleatorias y la selección gradual para la evolución mediante el proceso de supervivencia de los más aptos.

Desde los años 70 en adelante, el biólogo evolutivo Stephen Jay Gould, licenciado en Harvard, ha creado controversia al plantear una perspectiva diferente, el “equilibrio puntuado”, como alternativa a la lenta y gradual evolución de las especies que proponía Darwin en sus teorías.  

En el año 2011, el biólogo evolutivo James Shapiro, de la Universidad de Chicago, argumentaba que, de forma muy llamativa, numerosos procesos microevolutivos actuaban como si estuviesen guiados por una “conciencia” o “sensibilidad” del propio organismo que evolucionaba, vegetal o animal, una conciencia dotada de un propósito. “La capacidad de los organismos vivos para alterar su propia herencia es innegable,” escribía Shapiro, añadiendo a continuación que “Nuestras ideas actuales sobre la evolución deben incorporar este factor básico de la vida.”

Varios científicos, como por ejemplo Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos “no ven conflicto entre creer en Dios y aceptar la teoría contemporánea de la evolución”, como bien apunta la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.

En mi opinión, los más recientes avances en biología evolutiva han aumentado la probabilidad de la existencia de un dios.

¿Ideas milagrosas simultáneas?

A lo largo de los últimos 10.000 años como mínimo, los cambios más importantes para la existencia humana han sido impulsados por avances culturales que se han producido en el reino de las ideas humanas.

En la conocida como Era Axial (datada habitualmente entre los años 800 a. C. y 200 a. C.) aparecieron al mismo tiempo de forma casi milagrosa ideas como el budismo, el confucianismo, las filosofías de Platón y Aristóteles y el Antiguo Testamento hebreo, en lugares tan alejados como la India, China, la antigua Grecia y el Próximo Oriente, habitados por poblaciones con escasa interacción entre ellas, en caso de que la hubiera.

Numerosas ideas transformadoras y revolucionarias, como por ejemplo el budismo, surgieron en lugares muy alejados del mundo aproximadamente en la misma época. Karyn Christner, CC

Numerosas ideas transformadoras y revolucionarias, como por ejemplo el budismo, surgieron en lugares muy alejados del mundo aproximadamente en la misma época. (Karyn ChristnerCC)

El desarrollo del método científico en la Europa del siglo XVII y sus posteriores avances más modernos tuvieron como mínimo toda una serie de consecuencias capaces de transformar el mundo. Se han planteado muchas teorías históricas al respecto, pero ninguna de ellas, me atrevo a decir, ha sido capaz de explicar un conjunto de acontecimientos tan fundamentalmente transformador como el nacimiento del mundo moderno. Éste, de hecho, ha supuesto una revolución en el pensamiento humano que ha actuado ajena a cualquier tipo de explicación basada en el materialismo científico que paradójicamente impulsó el proceso.   

Que todas estos hechos asombrosos sucedieran en el interior de la conciencia que opera en la mente humana, funcionando fuera de la realidad física, ofrece nuevas evidencias racionales, en mi opinión, para deducir como conclusión que el ser humano podría haber sido creado “a imagen y semejanza de [un] Dios.”

Diferentes formas de creer

Al comenzar su discurso del año 2005 en el Kenyon College, el novelista y ensayista estadounidense David Foster Wallace dijo que “Todo el mundo cree. La única elección que tenemos es en qué creer.”

Aunque Karl Marx, por ejemplo, condenaba la ilusión de la religión, sus seguidores, irónicamente, creyeron en el marxismo. El filósofo estadounidense Alasdair MacIntyre escribió al respecto que, durante gran parte del siglo XX, el marxismo fue el “sucesor histórico del cristianismo,” dispuesto a mostrar a sus devotos el camino correcto hacia un nuevo paraíso en la Tierra. 

En varios de mis libros he explorado cómo el marxismo y otras “religiones económicas” similares fueron característicos de gran parte de la era moderna. Así pues, el cristianismo, creo yo, no desapareció hasta tal punto, ya que resurgió bajo muchas formas disfrazado de “religión secular.”

El hecho de que la esencia del cristianismo, nacido del judaísmo, haya demostrado un poder de permanencia tan asombroso en medio de los extraordinarios y radicales cambios políticos, económicos, intelectuales y de otro tipo que se han producido en la era moderna, es otra de las razones que aporto para creer que la existencia de un dios es muy probable.

Imagen de portada: Dios Padre (representado por un anciano patriarca de barba y cabellos blancos) pintado por Cima da Conegliano en torno al 1515. (Dominio público)

El artículo ‘Arguments Why God (Very Probably) Exists’ escrito por Robert H. Nelson fue publicado originalmente en The Conversation y ha sido publicado de nuevo en Ancient Origins bajo una licencia Creative Commons.

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